VÉLEZ, Jose Ignacio

30.07.2020

Un artista prehispánico  

La cerámica es una de las expresiones artísticas y manuales más antiguas de la humanidad, de la cual aún se conserva gran cantidad de trabajos orfebres y muchos de sus procedimientos técnicos. Su realización constituyó −y aún en nuestros días− una de las herramientas principales para el conocimiento de la Historia, para la subsistencia de la época, y para inspirar a los artistas modernos y contemporáneos.

Desde las primeras necesidades del hombre prehistórico, y por sus características geológicas, el barro constituyó la materia prima por excelencia, inicialmente para satisfacer necesidades primarias como la alimentación, luego con el tiempo adquirieron formas decorativas, contemplativas e innovadoras, ampliando la funcionalidad de las piezas cerámicas a urnas funerarias, instrumentos musicales o tótems, y creando así un amplio inventario de objetos.

Es allí donde se encuentran las bases de artistas y artesanos contemporáneos que aún persisten en crear con esta materia prima. En este caso, el artista que se aborda es José Ignacio Vélez Puerta (Medellín, 1959) que desde diferentes procesos ha experimentado con el material mineral creando desde pinturas llenas de texturas orgánicas, pasando por objetos, hasta llegar a instalaciones realizadas a partir de varias piezas de barro, a modo de monumentos. Vélez es un ceramista que cuenta con más de treinta años de experiencia trabajando el barro; años de experimentación, similares al que realizaron los alquimistas de la primera era -alrededor de 2.500 a.C. -. Él mismo es quien produce gran parte de sus materiales, entre engobes y pátinas, hasta barnices y pinturas.

Para este artista antioqueño, las propiedades del barro son infinitas, místicas y vitales; su manera de hablar acerca del carácter ancestral del barro, permite comprender la insistencia en dicho medio, pues, aunque José Ignacio Vélez implemente algunas otras técnicas como el grabado o la pintura, es en la cerámica donde el artista siente el poder creativo, curativo y artístico que alguna vez sintieron los primeros grupos sociales del país.

"El medio cerámico es una historia paralela al hombre; el planeta es material cerámico, nosotros somos material cerámico. Cuando trabajo con la tierra me siento habitando sin tiempo y sin espacio, en esos momentos soy prehistórico y moderno a la vez"[1].

Con sus palabras, junto a su hacer riguroso y espiritual, es fácil percatarse de la conexión que siente Vélez con el barro y la alfarería. Estos elementos tan intangibles, son los que posicionan, o más bien relacionan, al artista con las culturas prehispánicas; aunque sus piezas contengan pequeños detalles físicos y estéticos, la condición histórica de su producción artística se halla más en el sentido natural y originario, recordemos que el oficio de alfarero a lo largo de la historia, es "el que da un ser al barro de mirada aguda, moldea, amasa el barro. El buen alfarero pone esmero en las cosas, enseña al barro a mentir, dialoga con su propio corazón, hace vivir a las cosas, las crea [...][2]".

Desde lo formal, encontramos que las piezas de José Ignacio Vélez conservan la austeridad, elementalidad y sencillez de los objetos prehispánicos en general. Los cuerpos desnudos que realiza Vélez, recuerda las creaciones de figurillas -hombres y mujeres- de las diferentes culturas prehispánicas. Por otra parte, las expresivas y elaboradas texturas que el artista deja sobre el barro, hacen alusión a la riqueza de los tejidos, los relieves, los colores, los diseños geométricos del arte prehispánico en todo el mundo. Tal es el caso de su serie Paisajes de fuego, placas en cerámica en las cuales parece que la intención de Vélez es crear determinadas cartografías, montañosas, volcánicas y hostiles. Cada una de las diez piezas explota en colores dorados, propios de los Incas, el imperio dorado.

En su obra hay también una relación simbólica con ciertos elementos; el pez, la espiral, los perros, pero especialmente la casa, son formas repetitivas y constantes. Quizá la razón no sea más que estética, pero seguramente existe alguna intención de hacer pensar en la alimentación, el hábitat y la religión de aborígenes que ocuparon el mundo hace miles de años.

La imagen de la casa es tan importante para Vélez, que no solo las vemos esquemáticas y "construidas". Si se observa con atención los distintos trabajos de este artista, encontramos una mención continua de lo que eran los asentamientos antiguos y comunitarios de las culturas prehispánicas. En la ya mencionada serie Paisajes de fuego, como también en Espacios para proteger el alma, pero principalmente en su serie Vasijas José Ignacio Vélez actualiza, de una manera simplificada, acertada y precisa, las construcciones arquitectónicas de antaño. Una base redonda, su centro intervenido, agua, balsas, rituales funerarios, formas orgánicas a modo de árboles, figuras geométricas, una casa, dos casas, o poblados de casas. Basta con revisar las vasijas mayas con escenas al fondo del utensilio; o uno de los pocos recipientes dentro del cual se hallan varios personajes dispuestos procedente del Tairona (900 d.C-1600 d.C.); y la maqueta de un templo originario de El Chanal, Colima (200-600 d.C.), en donde las casas se asemejan a los lugares de ceremonias y rituales; para encontrar la dirección hacia la que un día miró Vélez, recordando así los residuos que quedaron de los grupos prehispánicos sobre sus estructuras sociales, religiosas y políticas. Las representaciones de la arquitectura antepasada ha servido de documento histórico para estudiar la estratificación de los indígenas, identificar las prácticas religiosas de cada grupo social, y hasta para reconocer cómo se instauraban las labores de agricultura y pesca.

Realizada entre los años 2001, 2002 y 2006, la sinopsis de Vasijas publicada en el sitio web del artista dice: «el objeto utilitario para mí ha sido una especie de maestro, de él sobre todo he aprendido el significado del vacío y este vacío se convirtió para mí en la posibilidad de un escenario, de un espacio nuevo, de un contendor de reflexiones, de problemas, de dudas, de historias». Sin mencionarlo explícitamente, José Ignacio Vélez deja en el aire la importancia del habitar, para él y para nuestros ancestros.

Como ya se mencionó, las figuras cerámicas de Vélez carecen de facciones indígenas que la mayoría de piezas prehispánicas contienen, aun con sus muchas variaciones. A pesar de ello, las series anteriormente citadas conservan una presencia significativa de las esculturas originales de tiempos remotos. Se trata de figuras verticales, semejantes a largas botellas o tótems. A este tipo de trabajos pertenecen las series Botellas y Recipientes, Los Límites del Vacío, Trinidad, Familia y Los Árboles Imaginarios, todas ellas alusivas a dos grupos de escultura prehispánica, proveniente de distintos lugares geográficos: Las Palmas de la Costa del Golfo en el centro de Veracruz, México y el grupo de Urnas Tamalameque. Las Palmas son estelas datadas en el siglo II a.C. - IV d.C., esculturas de gran altura -hasta 300 cms- que recuerdan el gran tamaño de la instalación Los Árboles Imaginarios de Vélez, la cual ha significado una ruptura en el trabajo cerámico del mundo debido a su gran altura, que ha implicado una labor y habilidad mucho mayor de lo usual.

Las urnas funerarias encontradas en Tamalameque (Cesar) fechadas entre 1300 d.C. - 1600 d.C., son figuras antropomorfas de cabezas aplanadas en su parte superior, al igual que los ceramios[3] quimbayas. Los aborígenes practicaban la deformidad de su cuerpo (cabezas, piernas, cuellos, etc.), en este caso craneal, a veces en busca de su ideal de belleza, y otras para atemorizar a sus enemigos. Esa forma aplanada y cerrada al final de la escultura es frecuente en algunas piezas de José Ignacio Vélez, un medio que le ha permitido al artista exponer su trabajo de manera más pública y visible, en lugares que le permite a muchas personas conocer y relacionarse −quizá por primera vez− con el arte prehispánico, con la cerámica y con sus obras. Para Vélez, «mi compromiso fundamental tiene que ver con la historia de un pueblo y sobre todo con la memoria de una cultura cerámica a la que me he propuesto respetar».

Este texto es solo la formulación de los aspectos técnicos en el trabajo de José Ignacio Vélez, y su relación con las culturas prehispánicas. Quisiera que también señale los elementos espirituales que le imprime el artista a su quehacer, pero bastará por ahora decir y dejar por sentado, que ese vínculo inherente entre el ser humano -y más explícitamente Vélez- y el material, son la vida, una semilla surgida de la tierra, y como tal, debe su existencia a esa materia que nos trajo hasta aquí. La cerámica es la conexión permanente con nuestros antepasados, y con los hombres que nos enseñaron el carácter mágico de la naturaleza.

[1] José Ignacio Vélez en la entrevista con Oscar Roldán - Alzate para el 43 Salón (Inter) Nacional de Artistas

[2] La cerámica en la época prehispánica https://www.mexicodesconocido.com.mx/la-ceramica-en-la-epoca-prehispanica.html

[3] Objeto de arcilla procedente de las culturas precolombinas.

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