GAUGUIN, Paul
El arte antiguo, ancestral y primitivo ha estado presente a lo largo de la historia de las diferentes manifestaciones artísticas. La riqueza –estética, ritual, simbólica– de las primeras representaciones, son lenguajes atemporales que siguen encontrando cabida en las expresiones contemporáneas, tanto como la tuvo a principios del siglo xx con el Cubismo español, el Muralismo mexicano o el movimiento Bachué en Colombia, entre otros.
Las máscaras africanas en el trabajo de Pablo Picasso han sido por mucho tiempo el ejemplo de la referencia primitiva del arte moderno, pero algunos años antes que él, el artista francés Eugéne-Henri Paul Gauguin, sumido en el «esplendor primitivo» que conociera durante su adolescencia en Perú, cuando su familia fue exiliada de París, retomó durante toda su carrera –aunque con ciertos énfasis– un interés por las figuras y creencias nativas en peligro de extinción producto del colonialismo.

Gauguin vivió gran parte de su vida viajando a Panamá y Tahití[1], buscando la inspiración plástica que no encontraba en la compleja ciudad parisina, dejándose influir por la inmensidad del color exótico, los rasgos indigenistas, las prácticas espirituales y la vida salvaje propia de las culturas primitivas. Allí se encuentra la razón por la cual una gran parte de su producción –cerámica, escultórica, pictórica, gráfica– tiene las características del arte primitivo.
Por esto se hace necesario revisar diez de sus trabajos con la influencia de la vida indígena donde se puede apreciar una relación estrecha con el trabajo de artistas como Max Ernst y Paul Klee, y de donde tal vez Picasso encontrara la inspiración para desarrollar su famoso cuadro cubista, Las señoritas de Avignon.
[1] No en vano en Papeete (Tahití) existe un museo dedicado a Paul Gauguin