CÉZANNE, Paul
Es cierto que la teoría, la crítica y el análisis del arte contradicen de una forma puntual la esencia y razón de las expresiones artísticas. Y aún más contradictorio es que yo realice parte de esa tarea en algunos momentos de mi vida, tal como lo hago en este preciso instante. Lo cierto es que el arte, y más exactamente la pintura, no puede pasar desapercibida, en vez de ello, provocan un sin número de sensaciones, pensamientos y acciones, y aunque mucho de lo que pueda decirse sobre la visión del arte está sometido completamente por la subjetividad, es inevitable «intentar» exponer elementos de ciertas obras de arte, que por una u otra razón, se clavan en el alma del espectador, dando así vida a la intención artística de su autor.
Uno de los lenguajes más perdurables en la historia, y que han llevado a cabo la tarea de despertar sensaciones desde hace miles de años, es la pintura, el tema en que pretendo centrarme esta vez, y que tiene su peso en dos razones fundamentales, la primera es el creciente mito sobre la desaparición de la pintura en el arte contemporáneo, y la segunda, porque entre más la estudio, más descubro elementos sagrados que justifican su carácter expresivo pero también fluctuante. Estos motivos, sumados a la admiración de grandes maestros de la pintura, han provocado este artículo, un tanto emocional, maleable, y quizá para el lector, muy personal, cosa que en definitiva no me disgusta, sino por el contrario, apoya una vez más mi idea visceral del arte.
Con la existencia del ser humano nació la pintura, con sus medios arcaicos y sencillos en formalización, pero complejos en su concepción, los hombres prehistóricos se hicieron cargo de transmitir por medio de la imagen su estilo de vida, sus creencias, hábitos, y un sinfín de códigos, que en la actualidad aún se intenta descifrar. Lo importante en las pinturas paleolíticas, es que abrieron el marco para una actividad, que por supuesto no era considerada artística, pero que fue obteniendo el carácter protagónico de la historia del arte y la humanidad. El transcurrir del tiempo y los diferentes desarrollos tecnológicos fueron creando nuevos lenguajes del arte. Cada paso del hombre fue transformando sus pensamientos, y estos se plasmaron en imágenes, sonoras o visuales, con características muy particulares.
Cientos de formas obtuvo el arte en los miles de años que transcurrieron, cientos de nombres, estilos, movimientos, vanguardias, o como queramos llamarlo, al fin y al cabo, cada una de ellas surgía como una necesidad existencial, no solo del artista, sino del mundo en general.
Algunas veces ligado a la naturaleza, otras a los sentimientos; en algunas ocasiones la Iglesia incitó las creaciones, en otras, la rebeldía; independientemente de su razón de existir y su fundamento filosófico, todas formaron parte fundamental de la visión actual sobre el arte; una tras otra se influenciaron, hasta llegar a la ruptura global del arte como tal, cuestionando de manera trascendental su base, su «función» en la sociedad, su formalización, su pensamiento.
Para hablar sobre la inmaterialidad sensorial que contiene la pintura, expondré algo de la obra realizada por el artista francés Paul Cézanne (Francia, 1839-1906), quien por supuesto se suma a esa lista de maestros vanagloriosos, que además se cuenta entre uno de los más importantes artistas que generaron la gran brecha entre el arte clásico y el moderno. Osvaldo López Chuhurra (1971) lo menciona en Estética de los elementos plásticos:
Cézanne, el verdadero creador del sistema con el cual se manejará la evolución de la pintura contemporánea, procura re-crear un mundo pictórico, pero comenzando por el meollo de las cosas (cosas de la naturaleza o espacios, que son también cosas). En su concepción, que va desde el origen hacia la superficie (y su manera de pintar no desdice este concepto), se encierra el deseo de volver a componer un universo.
Con sus estudios y teorías del color, la forma, la luz, la perspectiva, Cézanne fue dando forma a un gran cambio en la mirada artística y, por supuesto histórica, del entorno, los objetos, los cuerpos −animados e inanimados−, que rodeaba al mundo.
Hablamos de pintura como una creación bidimensional, plana y llana, pero los cuadros de Cézanne, con su cúmulo de capas de material, sus agitadas pinceladas y la «descomposición» del color, dio vida a lienzos repletos de volumen y texturas, simulando cierta tridimensionalidad, que lamento no descubrir personalmente, pues el registro gráfico de sus cuadros transfieren tan solo una pequeña proporción de esa realidad táctil y volumétrica. Tal vez la razón de sus masas se halle en la idea de catástrofe que explica Gilles Deleuze (2007) cuando dice que «Cézanne desequilibra las formas de sus pinturas a través de una catástrofe, no visual sino profunda, que se daba en el acto de pintar».
Es claro que hay períodos, artistas, estilos, ideologías con los que determinado espectador se siente más conectado, yo disfruto la soltura de cada una de las pinturas de Cézanne, las diferencias entre varias de ellas, algunas contradicciones y quizá coincidencias. La pintura renacentista no deja de sorprenderme, es alucinante observar tanta voluptuosidad, la carnosidad de los cuerpos, envueltos por la bruma ensombrecida de la época; pero más bello todavía es contemplar las leyendas mitológicas convertidas en imagen, la alegoría de la pintura insertada en la esencia humana, los paradigmas encerrados en los más famosos cuadros −juegos óptimos y emocionales del pintor− la exuberancia frente a la simplicidad, la humanidad en todo su esplendor y la fría e incandescente paleta cromática.
¿Quién realmente puede pensar, o peor aún, asegurar, que la pintura pueda desaparecer? Muy cierto es que el siglo XXI no es la era de la pintura, sino más bien de los medios digitales, pero ello no quiere decir que el ser humano prescinde hoy día de la experiencia estética pictórica, no en vano, sigue siendo base teórica del Arte, por encima de la arquitectura, el diseño y la escultura.
Los impresionistas −y posimpresionistas, como Cézanne−
nos demostraron que la
pintura es el medio para exponer las visiones, las sensaciones, las ideas
intangibles del mundo, juguetearon con las pinceladas y los colores hasta
convencernos de la infinidad de tonalidades contenidas en una manzana. Los
extensos planos de color creados por los fauvistas, como Henry Matisse, releyeron
la composición y los espacios. Los "chorros" de pintura de Jackson Pollock
ritualizaron la acción del pintor, formalizando la esencia del alma de los
hombres.
[…] Estaba motivado por la misma lucha de abarcar la realidad como un todo, que ahora, al igual que antes, significaba para él la máxima expresión posible de su percepción de la naturaleza. Y para lograr este objetivo, perfeccionó hasta el extremo su método de desechar los detalles secundarios para penetrar la esencia de lo que era retratado.
Las creaciones de Paul Cézanne –posimpresionista, cabe aclarar− glorifican mi manera de ver la pintura, la de él y la de muchos otros pintores. Ya sea por su amplia gama cromática, por los cientos de tonos que expelió de cada color, por los detalles no detallados de sus composiciones, por la vibración de sus modelos con un efecto de vitalidad y movimiento, o por sus aportes técnicos y lógicos acerca de la pintura, Cézanne y su obra, rechazada inicialmente por sus contemporáneos, amplió el campo de la creación pictórica, sobrepasó la idea «controlada» de lo que podría ser el arte y sus diversos lenguajes.
Sin importar el cuadro que observamos de Cézanne −paisajes, bodegones o figura humana− todos ellos son abundantes en la mirada sensible y obsesiva que gobernó su espíritu creador. No fue el primero en pintar, pero lo hizo de una manera novedosa, mirando, observando, pero por encima de ello, sintiendo e imaginando más allá de la apariencia misma.
Referencias
Brodskaya, N. (2006 ). Paul Cézanne y obras de arte. Nueva York: Parkstone International.
Deleuze, G. (2007). Pintura: El Concepto de diagrama. Buenos Aires : Cactus.
López Chuhurra, O. (1971). Estética de los elementos plásticos. Barcelona: Nueva colección Labor.